CANCIONERO SIN NOMBRE POR NICANOR PARRA

 

por Domingo Melfi

 

La aparición de un poeta nuevo, provoca a menudo series susesivas de reacciones. Se le buscan inmediatamente sus antesesores líricos y se le atribuyen a veces influencias directas de determinados poetas. Es un método sin duda interesante para ubicar a un escritor en la escala de los valores literarios comparados. Pero ocurre a menudo, que por rastrear la huella de la influencia se desvanece el intento de captación de la espontaneidad creadora o la originalidad del autor estudiado. Desde hace unos seis años está de moda relacionarlo todo, en poesía o en teatro, con García Lorca. García Lorca tuvo una gran admiración por D'Annunzio, pero hasta hoy, la de la fuente profunda de "La hija de Jorio", no se ha querido ver el hilo finísimo de plata que brilla en el teatro del malogrado poeta de Granada. Los poetas chilenos que abordan el género del romance, están casi condenados a ser los discípulos de García Lorca. Quieras que no, se le atribuyen influencias directas, sombras demasiado pesadas sobre los versos. Algunos de nuestros poetas, con bastante anterioridad, Max Jara, entre otros, trabajaron el romance con extraordinaria fortuna. Recordemos aquel hermoso "El árbol muerto" de rara entonación, que empieza:

Camino del mar va el árbol
que ayer no más fue florido;
sólo con las turbias aguas,
muerto se lo lleva el río.

y que continuará siendo una de las joyas de nuestra poesía. Sobre este romance hay años de desolación y pesadumbre, y su nota grave tiene toda la interna poesía de la soledad. En el poeta nuevo de hoy, que aparece con su Cancionero sin nombre, hay, en cambio, la diafanidad ingenua de unos años todavía frescos.

Lo que impresiona en este Cancionero, a pesar de la sombra presente del poeta fusilado, es la espontaneidad, la frescura, la gracia liviana y humana de lo popular que se levanta, de los versos, con la misma agilidad de un árbol. Tienen el zumo de infinitas raicillas y la fragancia esfumante de las flores. Mezclan tristeza, alegría y burla, la burla chilena, hecha de quejumbre y fatalidad de desengaño. El contenido es lo nuestro, y en ello estriba la diferencia con el modelo español. No podría decirse en qué sitio reside el encanto de estos versos cuya monotonia no desagrada, puesto que es como el canto de los campos, o como la vihuela, cuyo bordón acompaña con un moscardoneo obstinado la aguda oreja de la prima que viene a ser la ironía, la risa del desencanto.

Veamos esta doble sensación en "La Pregunta del Marido Deficiente", o sea, del marido engañado. El marido inquieto por la mudable condición de la niña, modula su quejumbre monótona como dicha en tono menor, desde el fondo de un huerto. Su pregunta a su madre. Nosotros la oímos a través de la tapia:

..................................................................................

¿Quién le dio consejos
cuando yo no estaba,
con las dos vecinas,
quién le manda cartas?
Se lo pasa hablando
del jazmín y el agua.

...................................................................................

Si alguien toca el timbre
sale a la ventana,
cuando le pregunto
no contesta nada.
Se lo pasa sola
llorando en su cama.
Dígame usted, madre,
no me niegue nada,
yo no se qué tiene
mi niña taimada.
¿Para qué le enseñan
tanta cosa mala?
Dígamelo luego
lo que aquí pasaba,
¿para qué quería
comprar tanta albahaca?
Cuando yo me pago,
no me pide plata.
Se lo pasa hablando
de clavel y nácar,
dos violetas nuevas
encontré en su enagua.
Cuando se le ocurre
sale de la casa.

...............................................................................

Este tono persiste a lo largo del libro; tono de malicia y tristeza, en el que de pronto la musicalidad se llena de sombra y de insistente monotonía.

En Nicanor Parra -seguramente un poeta, muy joven- están en presencia los motivos puros de la vida sencilla, las burlas y los desaires populares, el amor a la vida, el desenfado y la fatalidad. En estos versos sutilmente estilizados, cargados de palomas, para usar una expresión muy del gusto del poeta, está la belleza de las mosas livianas o casquivanas, la fragancia del apio y de la menta, el zumbido de las abejas, la liviana ondulación del pasto. Todo lo virginal que tiene la vida, con el dolor que también ondula balanceándose en el viento. Surgen cuadros como viñetas, de un sabor agreste y polvoriento.

La niña viene de blanco.
porque viene de la escuela,
cuaderno lleno de trébol,
estuche lleno de abejas.
De la escuela de la aldea,
la niña viene de vuelta.
Sobre su pelo brillante
mojado el cielo despierta
bajo el corpiño se trae
robada una luna fresca.
¡Qué alegre viene la niña
porque viene de la escuela!

Tono menor y sencillez. Nada más. En Nicanor Parra hay un poeta que nos dará las más bellas estilizaciones populares. Cuando logre dejar atrás la influencia que ahora le oprime en la forma, la influencia del granadino, que pesa ahora como una sombra sobre toda la lírica de América, desenredará sus pies de las ligaduras que le atan y sobre las que ha saltado, sin embargo, con una agilidad y una gracia poco comunes.

 

 

 

En: diario La Nación (Santiago, 2 de abril de 1939)

SISIB y Facultad de Filosofía y Humanidades - Universidad de Chile