LA CUECA LARGA

 

Por Teófilo Cid

 

Este libro de versos que acaba de publicar Nicanor Parra, puebla la imaginación de advertencias. En primer lugar, no debe caer en el error de considerarlo obra literaria, provista de los caracteres singulares que el hábito cultural les concede a esta clase de obras. En segundo lugar, desterremos de la cabeza, como inmediata precaución de lector, toda idea de asociación poética. Hubo un tiempo feliz para la humanidad, cuando ésta aún se hallaba en la infancia, en que todo libro era concebido en versos y cantado; cantado por más que nos parezca extraña la palabra, es la exacta. Quizá me he extralimitado al hablar de libros, ya que este concepto es moderno y nada tiene que ver con la espontaneidad de aquellos raptos de la inteligencia, proliferados en la directa conversación y memorizados, más tarde, por medio del ritmo pautado de la música. De ese modo aparecieron los poetas, como encargados de velar por el conocimiento y divulgarlo. La poesía en el sentido restricto que más tarde le hemos dado, no daba aún señales de vida.

El caso de Nicanor Parra se ha prestado para más de una discusión. Cuando publicó sus primeros antipoemas en la revista "Pro Arte", más de un amigo acudió a mí con las hojas de esa publicación en las manos. Por una equívoca interpretación de mi carácter, siempre he sido considerado como un barómetro de este género de temperaturas, bajas las unas altas las otras. La verdad que no sólo tengo desamor por la poesía sino que, con mente demasiado racional y antipoética, siempre le he exigido virtudes esenciales de prosa. Los poemas que Nicanor Parra llama antipoemas cumplían con mi exigencia. Eran absolutamente prosaicos, no hacían nada por embellecer el sentimiento, desfigurándolo o enalteciéndolo falsamente. Confieso que lo más que me ha molestado en la poesía tradicional es esa pretensión infatuada, ese engolamiento espiritual del hombre puesto en trance, ¿cómo decirlo?, con pujos de fuerza.

Toda verdadera poesía puede ponerse en buena prosa sin perder por ello la sintaxis con que fue concebida. Creo con Valery, que esto de la sintaxis es una facultad del alma. Me parece que la prosa de Parra, con toda su debilidad y su escepticismo poético, puede, a su vez, ponerse en poesía.

Tal como se presentaba, Parra constituía un caso excepcional para aquellos que no habían tenido trato directo con el desarrollo de la poesía en Europa, singularmente en Francia. Se daba el caso de un poeta que, muy a pesar de sus facultades de prosodia limpia y rítmica, abandonaba el rumbo tradicional, el engolamiento filosófico y la actitud "diferente", para enrolarse en el sentido común más trivial y cotidiano. Escribía en "La Víbora", por ejemplo, sobre algo que sucede a diario, agotando la realidad con las reflexiones más parejas y vulgares. Sin embargo, y muy a pesar de esta elemental displicencia, afloraba en aquellos versos un sentido renovado y pulcro. Había mucho más limpieza en eso que en todos los versos retorcidos de indigestión metafísica que suelen aparecer en las revistas de la llamada vanguardia literaria.

A vías de introducción debí poner, a la cabeza de esta nota, una frase: soy un hombre para quien la realidad existe, odio la metafísica y me alegro del conocimiento estadístico y perfumado que ofrecen las cosas, evidentes y visibles. El poeta Nicanor Parra, al parecer, piensa de la misma manera y se regocija de que la cueca, como realidad fenoménica y constatable exista. Es fruto de su estadística mental y no podría soslayarla.

Me doy cuenta perfectamente de que podría haber seguido el curso más o menos nemoroso de los pensamientos distinguidos, de los sentimientos exquisitos. ¿Pero podría haber rivalizado con los altos maestros de estos pensamientos y sentimientos? Me inclino a creer que no, aunque de seguro posee las dotes primordiales para ese género de virtuosismo. Ha preferido, en cambio, un camino mucho más difícil, por lo desandado y lo falto de distinción espiritual.

Hay quien me ha dicho: ¡pero esto no es poesía! ¿Quiso de veras hacerla el poeta? Todo lo que vaya contra la poesía, contra ese concepto engreído y "literario" (basta recordar a los profesores y las crestomatías para entender mi acrimonia), cuenta de antemano con mi buena voluntad. Los poetas que andan por ahí, con su ficticia manera de acaparar la realidad por medio de imágenes ambiciosas y generalmente absurdas, han caído en el descrédito y me gozo de ello.

Me contaba Pablo de Rokha que uno de sus más antiguos y feroces amigos, un hombre proclive a los "chunchules" y los "causeos", le dijo un día:

-Me han dicho que usted, don Pablo, es poeta . . . Pero yo no lo creí "na"... Usted no es "na"... tonto.

El lector comprenderá, que esto de tonto es un pequeño eufemismo que empleo yo para reemplazar la verdadera expresión marinera usada por aquel personaje. En realidad los poetas estamos haciendo los... tontos hace tiempo. Es por eso que me quedo con esta "poesía" tan antipoética, tan rabiosamente antintelectual, en el mejor sentido direccional y ético de lo antintelectual.

"Que te parece negra
vamos en once
si te venís conmigo.
¡Catre de bronce!"

 

No está mal para brillar. El catre de bronce es oro para el sueño del hombre popular. "El hombre sencillo", diría el otro.

 

En sacar cría, ay sí,
por un cadete
se suicidó una niña
de diecisiete.

Y que no me vengan ahora después de tanto dar vueltas la noria, con voces impostadas. Estas voces impostadas de los "liridas" tienen que aprender a barritar. Tiempos elefantiásticos como éstos están hechos para esa medida musical y no para otra.

 

En: El Mercurio, 14 de marzo de 1958.



SISIB y Facultad de Filosofía y Humanidades - Universidad de Chile